Por fín he cumplido, durante este puente de Mayo, un deseo que venía gestando desde hace bastante tiempo, disfrutar de un viaje a Marruecos, pero no un viaje cualquiera, yo quería un viaje que me mostrase el verdadero día a día de un pueblo, con sus luces y sus sombras, quería ver el alma de sus habitantes. Hemos ido de la mano de Jesus Botaro, un profesional de la fotografía pero ante todo una estupenda persona, también nos acompañó Joaquin Márquez, otro profesional de la fotografía, con el que ya habíamos compartido "momentos nocturnos" en Dehesa de Abajo. Quiero agradecer a los dos todas las atenciones recibidas, los buenos momentos personales y fotográficos que me han hecho pasar y espero seguir disfrutando en el futuro con ellos. He disfrutado con mis compañeros de viaje, un grupo de personas con un objetivo común, la fotografía, he pasado momentos muy divertidos y aprendido algo de cada uno de ellos. Mi viaje ha sido breve pero intenso, mi destino era Chef-chaouen, situada en las estribaciones del Rif, en el noroeste del país, un precioso municipio, donde la vida se desarrolla en azul, cuando veais alguna foto entendereis lo que quiero decir. Sus gentes son afables, serviciales, gentiles, generosas, es raro que un xauní no sepa español o francés por lo que resulta sencilla la comunicación, a pesar de haber estado tanto tiempo sin contacto con otras culturas son los mejores anfitriones, y desde luego, quien va a Chaouen se queda con ganas de volver porque representa otro Marruecos, diferente al que te "venden".
Parece que el tiempo se haya detenido en Chaouen, me ha devuelto a mi niñez, donde las puertas de las casas se mantenían abiertas para todo el que pasaba por la calle, donde las vecinas hacían corrillos para hablar, los niños jugaban en la calle a la pelota, los jóvenes se unían para disfrutar de aficiones comunes, donde la gente era amable y educada. Las bombonas de butano se repartían a la espalda, los paquetes con carretilla, y los mayores iban con sus hatillos al hombro, el vendedor del pueblo de al lado llevaba su mercancía en carromato hasta la plaza del pueblo. En Chaouen aún hoy se llevan las bombonas al hombro, se transportan las mercancias en carretillas, se hacen corros de vecinas para comentar que tal o cual visitante ha pasado por casa de este o aquel, juegan los niños al corro y a la pelota, los jóvenes comparten aficiones y los ancianos llevan hatillos a sus espaldas. En Chaouen cada xauní tiene una palabra amable para el visitante, puedes circular por su medina como si fuese tu calle de todos los días y como si los xaunís fuesen tus propios vecinos, con la tranquilidad que te da el saber que te han aceptado como uno de ellos.
Compartimos momentos con un grupo de jóvenes, a los que les gusta la fotografía, que se volcaron para que nuestra estancia fuese agradable, gente sana que ha encontrado en la fotografía una afición que les une. Gente generosa que no les importa desprenderse de sus pertenencias y regalartelas si escuchan que te ha gustado algo que ellos llevan puesto, gentes que te invitan a su casa sin apenas conocerte, te hacen compartir su mesa y su mantel, te dan lo que poseen sin pedir nada a cambio, me han hecho ver que tal vez no soy tan generosa como creía, que no soy tan abierta como pensaba y que no soy tan desinteresada como lo son ellos.
Este viaje me ha enseñado mucho acerca de una cultura de la que yo tenía otro concepto, me ha transmitido el alma de un pueblo, el duende de sus gentes y me llevo en mi retina el azul de sus calles. El color azul es tranquilizante, como la sensación que tienes al caminar por las calles de Chaouen, es un color fresco, como lo son los habitantes de Chaouen. El azul es el color del cielo y el mar, de la estabilidad y la profundidad, representa la lealtad, como la de los habitantes de Chaouen. Solo puedo decir una cosa, volveré a Chaouen, no sé cuando, ni como, ni con quién, pero volveré.
Mi humilde aportación para que conozcais Chaouen son estas fotos, espero que os gusten.
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